La semana pasada, el amigo J. M. Mulet presentaba su libro Comer sin miedo en Argentina. En él, el bioquímico valenciano nos invita a reflexionar sobre si toda la publicidad y las chorradas buenrollistas que invaden la alimentación de un tiempo a esta parte, infundiéndonos el miedo con diversas enfermedades, tales como el cáncer, están justificadas o son solo una patochada para vendernos la modita ridícula de lo ecológico y lo natural. En él encontraremos una parte dedicada a los transgénicos, como no. Para cualquier persona inteligente con media meninge funcional, Comer sin miedo supone una lectura amena, entretenida y, sobre todo, didáctica. Sin embargo, existe una panda de descerebrados que amparados en su propia ignorancia, hacen de su estupidez un escudo y una bandera y envueltos en ella se dedicaron a reventar actos en los que participaba e incluso tuvo que sufrir amenazas de muerte.
El propio Mulet contaba su experiencia en su blog, que forma parte de Naukas, con su habitual buen talante y paciencia, algo que es de agradecer, ya que nos da una visión de primera mano de lo que pasó, siendo bastante desagradable de contar. No voy a ahondar más sobre la experiencia. Ya expresé mi apoyo al investigador por lo ocurrido y mi más absoluta repulsa por los hechos acaecidos. Pero no puedo resistirme a dar mi opinión sobre este tipo de activismo que traspasa la línea y se convierte en terrorismo.
Lo llamo terrorismo porque las acciones de estos personajes no pueden calificarse de otra manera. El activismo suele tener detrás alguna razón por la que actuar, algo en lo que apoyarse, pero estos talibanes del ecologismo no tienen ninguna, en absoluto. Sospecho que han pervertido la verdadera razón por la que protestar, llevándola al extremo, tergiversándola y convirtiendo el resultado en un dogma que debe ser aceptado por las buenas o impuesto por las malas. Para conseguir esto, la única arma que tienen es el miedo, un miedo inventado, un miedo absurdo que no puede ser producido por la falta de información, puesto que allí estaba el propio Mulet para explicarles las cosas en condiciones, pero no quisieron escucharle. Pero aunque no quisieran, podrían haber leído en internet informaciones tan intrascendentes como las de este artículo, que muestra cómo en cien mil millones de animales incluídos en diversos estudios no mostraron ningún tipo de problema con la alimentación transgénica en los 30 años que tiene ya esta tecnología. O este otro informe de la UE que recoge la evidencia acumulada durante los últimos 10 años de investigación en transgénicos realizada en Europa y que tampoco arroja ninguna evidencia negativa sobre esta tecnología. O este otro, realizado por Alessandro Nicolia y que llega a la misma conclusión.
Y, cuando no se tiene ningún arma, ningún argumento, lo único que queda es la violencia. Pero esto es a lo que lleva el creerse las memeces que alguien se inventa. Porque una de las instigadoras del acoso a Mulet, la señora Sofia Gatica, es capaz hasta de aceptar el fraude de Seralini, con tal de justificar la agresión y las amenazas al bioquímico.
Esto es típico de las religiones. Ya pasó con la Santa Inquisición en Europa y sobre todo en España. ¿Nadie recuerda a Torquemada? Pues quemaba y torturaba a todo aquel que iba en contra de su libro sagrado. Para esta señora, el documental "El Mundo según Monsanto" se ha convertido en una Biblia sobre la que jurar, una luz a la que seguir. A pesar de ser un documental lleno de mentiras. Y todo vale para desacreditar a alguien que te lleva la contraria: tirar por tierra su trabajo (en la opinión antes citada, "un trabajo serio y documentado", como si el de Mulet no lo fuera) o incluso su honestidad (cuando pide que Mulet debata "con científicos serios" de su país, como si Mulet no lo fuera).
Esta señora, como todos los antitransgénicos, dicho sea de paso, han encontrado a su demonio, Monsanto. Y todo lo que huela a él, es el mal absoluto. Tienen sus profetas, como Seralini, que publicó un artículo falseado conscientemente, para ganar notoriedad, y que ha sido ya desmentido ampliamente. Y se comportan como verdaderos talibanes, fanáticos ciegos incapaces de ver la realidad. Se olvidan, por tanto, de que no sólo Monsanto crea transgénicos. Que los hay libres de patente, como el famoso arroz dorado, que está siendo boicoteado por otros ecotalibanes. Pero a ellos no les importa.
A ellos, que el arroz dorado sea capaz de solucionar un problema que aqueja a millones de personas, les da exactamente igual. Les han condicionado a pensar que transgénico es lo mismo que Monsanto e inmediatamente reaccionan, como si fueran alérgicos, sin reflexionar siquiera qué es lo que están atacando. No lo entienden. Ni siquiera se esfuerzan en comprenderlo. Lo desechan como si fuera la peste. Se llenan la boca con expresiones grandilocuentes, como soberanía alimentaria, que ni siquiera llegan a entender o biodiversidad, que ni se molestan en averiguar qué significa. Las retuercen hasta que digan lo que ellos quieren que digan, olvidándose de su verdadero significado. Porque dentro de la soberanía alimentaria está el derecho a que cada país cultive aquello que alimente correctamente a su población. Pero se ve que cuando se trata de cultivar transgénicos, pierden ese derecho, apropiándoselo los ecolojetas y dándole el significado neohippie, trendy, cool y buenrollero de "cultivar lo que tengas, aunque te mueras de hambre, porque mola". No, ya sé que no tienen argumentos. Todo se reduce a sentimientos chupis y dulces mentiras, aderezadas con el miedo a las multinacionales y a la pérdida de independencia. Total, ¿qué más da que los niños se queden ciegos por un aporte incorrecto de vitamina A? Que coman zanahorias, pero que no se les ocurra plantar arroz dorado, que es transgénico y, en consecuencia malvado.
Puedo llegar a entender que las prácticas empresariales abusivas y nada éticas de Monsanto provoquen repulsa. Pero repulsa frente a Monsanto. Es como si yo le doy una patada en la boca a un anciano y automáticamente se empieza a odiar a todo el género masculino. A pesar de que quienes atendieran al anciano fueran también hombres, quienes me condenaran fueran hombres y quienes me hicieran cumplir mi castigo fueran hombres. A partir de ese momento, los hombres seríamos culpables de patear ancianos y no habría razonamiento ninguno que les hiciera cambiar de opinión frente al género masculino. Sí, Monsanto ha llevado a cabo unas prácticas que podrían ser censurables. Puedo estar y estoy de acuerdo. Pero esa no es razón para estar en contra de una tecnología que tiene mucho que ofrecer. Como ya he dicho alguna vez, esto se soluciona tomando las riendas de esta tecnología en manos públicas y hacer público el beneficio de la misma, no permitiendo que quede en manos privadas, como ha ocurrido con el trigo sin gluten que ha desarrollado un español.
Así que, desprovistos de argumentos y no pudiendo litigar con Monsanto, su único objetivo fue gritar, dar voces, hacerse patentes. Amenazar. Coaccionar a una persona, poniendo en peligro su integridad. No fueron a informar o a dar opinión ninguna. Sólo quisieron hacer callar, evitar que alguien formado pudiera dar información veraz y contrastada a la gente que los rodea. Quisieron, a toda costa, evitar que la gente de la que se nutren, de la que viven, a la que engañan miserablemente y adoctrinan para ser sus perros de presa, pudieran escuchar alguna razón que les hiciera dudar del dogma impuesto. Quisieron evitar que la verdad empapara a aquellos a quienes utilizan mientras ellos van acumulando dinero, fama y prestigio mal otorgados (la señora Sofía Gatica incluso se presenta a un cargo político, y seguro que estaba haciendo campaña) para poder seguir viviendo la vida padre a costa de la mentira y el engaño. Un punto más que tienen en común con la religión: a sus líderes se les da una vida regalada, la merezcan o no y debe ser así, deben ser preservados, para que sigan iluminándoles con su sabiduría. De los líderes no se duda. A los líderes se les adora y todo lo que dicen debe ser aceptado, a la fuerza si es necesario. Por eso, los líderes no pueden permitirse la disidencia que les haría descender a la tierra como los mentirosos que son: porque si llegaran a tener un núcleo que comenzara a cuestionarse las cosas que predican y se dieran cuenta de la mentira, perderían todos los privilegios y la vida cómoda que se han ido procurando a costa de la ignorancia, la inocencia y la confianza de la gente que les rodea.
Creo, sinceramente, que a esta gente le ha pasado lo que a Greenpeace. El motivo de su lucha probablemente sería noble en un principio. Pero tras años de hacerlo, éste se ha pervertido, se ha corrompido. Y se ha perdido el objetivo y el modo de hacerlo. Se han convertido en fanáticos, en ciegos, en agentes de la superstición y negadores de la razón. Y al hacer esto, han perdido toda la razón que podrían tener.
Reventar un acto en el que alguien puede informarte, en el que alguien puede enseñarte algo que tú no sabes es un acto ridículo, inútil, que no va a ir más allá de darte notoriedad. Pero cuando amenazas de muerte al ponente, convirtiéndote en una amenaza seria y real para su integridad física, estás pasando el límite y lo estás convirtiendo en un acto terrorista. Si tienes la razón de tu lado, no es necesario presentarse dando voces o intimidando al ponente. Basta con plantarte en el acto y debatir con él. Estoy seguro que Mulet no habría rehuido el debate y, si se le hubieran presentado pruebas suficientemente convincentes, legítimas y bien obtenidas (no, la bazofia de Seralini no es una prueba de nada), Mulet habría cambiado de opinión. Sin embargo, lo que tiene Mulet es una montaña de pruebas que le dan la razón, que le afianzan en su postura y que le mantienen firme en la realidad de que los transgénicos no suponen ningún peligro, incluyendo el uso de glifosato sobre ellos. Y, desde luego, los gritos, las bravatas y las agresiones no van a ser la herramienta que lo vayan a callar.
Si algo tiene la realidad es que es tozuda. Y, en este sentido, da igual que alguien vaya a reventar un acto de quien sea y diga lo que diga: la realidad se acabará imponiendo y sólo la evidencia será quien dé la razón a quien la tiene. Puedes dar una conferencia sobre cómo negar la ley de la gravedad te va a hacer flotar, pero por desgracia, no es algo que vayas a hacer por mucho que la niegues. Y gritar porque no te gusta la gravedad es como protestar porque la coliflor no sepa a chocolate. Aunque quizá esto último pueda arreglarse con la transgénesis.
Estoy seguro de que Mulet está triste. Pero no por no haber podido dar la charla, que esto, más que triste, habrá sido una decepcionante. Estoy seguro de que está triste por toda la gente que se desplazó con la intención de escucharle, de hablar con él y de que les aclarara las dudas que pudieran tener, incluso a aquellos que no estuvieran de acuerdo con sus afirmaciones. Porque los energúmenos que le obligaron a callar, por muy orgullosos que pudieran sentirse de haber provocado la suspensión del acto, lo único que han conseguido es quedar retratados como lo que son: unos talibanes equiparables a los del ISIS cuyo único objetivo es destruir el conocimiento para poder seguir viviendo del negocio religioso que se han montado.
Cuando tu única arma es el miedo, lo único que te queda es imponerlo con violencia.
El propio Mulet contaba su experiencia en su blog, que forma parte de Naukas, con su habitual buen talante y paciencia, algo que es de agradecer, ya que nos da una visión de primera mano de lo que pasó, siendo bastante desagradable de contar. No voy a ahondar más sobre la experiencia. Ya expresé mi apoyo al investigador por lo ocurrido y mi más absoluta repulsa por los hechos acaecidos. Pero no puedo resistirme a dar mi opinión sobre este tipo de activismo que traspasa la línea y se convierte en terrorismo.
Lo llamo terrorismo porque las acciones de estos personajes no pueden calificarse de otra manera. El activismo suele tener detrás alguna razón por la que actuar, algo en lo que apoyarse, pero estos talibanes del ecologismo no tienen ninguna, en absoluto. Sospecho que han pervertido la verdadera razón por la que protestar, llevándola al extremo, tergiversándola y convirtiendo el resultado en un dogma que debe ser aceptado por las buenas o impuesto por las malas. Para conseguir esto, la única arma que tienen es el miedo, un miedo inventado, un miedo absurdo que no puede ser producido por la falta de información, puesto que allí estaba el propio Mulet para explicarles las cosas en condiciones, pero no quisieron escucharle. Pero aunque no quisieran, podrían haber leído en internet informaciones tan intrascendentes como las de este artículo, que muestra cómo en cien mil millones de animales incluídos en diversos estudios no mostraron ningún tipo de problema con la alimentación transgénica en los 30 años que tiene ya esta tecnología. O este otro informe de la UE que recoge la evidencia acumulada durante los últimos 10 años de investigación en transgénicos realizada en Europa y que tampoco arroja ninguna evidencia negativa sobre esta tecnología. O este otro, realizado por Alessandro Nicolia y que llega a la misma conclusión.
Y, cuando no se tiene ningún arma, ningún argumento, lo único que queda es la violencia. Pero esto es a lo que lleva el creerse las memeces que alguien se inventa. Porque una de las instigadoras del acoso a Mulet, la señora Sofia Gatica, es capaz hasta de aceptar el fraude de Seralini, con tal de justificar la agresión y las amenazas al bioquímico.
Esto es típico de las religiones. Ya pasó con la Santa Inquisición en Europa y sobre todo en España. ¿Nadie recuerda a Torquemada? Pues quemaba y torturaba a todo aquel que iba en contra de su libro sagrado. Para esta señora, el documental "El Mundo según Monsanto" se ha convertido en una Biblia sobre la que jurar, una luz a la que seguir. A pesar de ser un documental lleno de mentiras. Y todo vale para desacreditar a alguien que te lleva la contraria: tirar por tierra su trabajo (en la opinión antes citada, "un trabajo serio y documentado", como si el de Mulet no lo fuera) o incluso su honestidad (cuando pide que Mulet debata "con científicos serios" de su país, como si Mulet no lo fuera).
Esta señora, como todos los antitransgénicos, dicho sea de paso, han encontrado a su demonio, Monsanto. Y todo lo que huela a él, es el mal absoluto. Tienen sus profetas, como Seralini, que publicó un artículo falseado conscientemente, para ganar notoriedad, y que ha sido ya desmentido ampliamente. Y se comportan como verdaderos talibanes, fanáticos ciegos incapaces de ver la realidad. Se olvidan, por tanto, de que no sólo Monsanto crea transgénicos. Que los hay libres de patente, como el famoso arroz dorado, que está siendo boicoteado por otros ecotalibanes. Pero a ellos no les importa.
A ellos, que el arroz dorado sea capaz de solucionar un problema que aqueja a millones de personas, les da exactamente igual. Les han condicionado a pensar que transgénico es lo mismo que Monsanto e inmediatamente reaccionan, como si fueran alérgicos, sin reflexionar siquiera qué es lo que están atacando. No lo entienden. Ni siquiera se esfuerzan en comprenderlo. Lo desechan como si fuera la peste. Se llenan la boca con expresiones grandilocuentes, como soberanía alimentaria, que ni siquiera llegan a entender o biodiversidad, que ni se molestan en averiguar qué significa. Las retuercen hasta que digan lo que ellos quieren que digan, olvidándose de su verdadero significado. Porque dentro de la soberanía alimentaria está el derecho a que cada país cultive aquello que alimente correctamente a su población. Pero se ve que cuando se trata de cultivar transgénicos, pierden ese derecho, apropiándoselo los ecolojetas y dándole el significado neohippie, trendy, cool y buenrollero de "cultivar lo que tengas, aunque te mueras de hambre, porque mola". No, ya sé que no tienen argumentos. Todo se reduce a sentimientos chupis y dulces mentiras, aderezadas con el miedo a las multinacionales y a la pérdida de independencia. Total, ¿qué más da que los niños se queden ciegos por un aporte incorrecto de vitamina A? Que coman zanahorias, pero que no se les ocurra plantar arroz dorado, que es transgénico y, en consecuencia malvado.
Puedo llegar a entender que las prácticas empresariales abusivas y nada éticas de Monsanto provoquen repulsa. Pero repulsa frente a Monsanto. Es como si yo le doy una patada en la boca a un anciano y automáticamente se empieza a odiar a todo el género masculino. A pesar de que quienes atendieran al anciano fueran también hombres, quienes me condenaran fueran hombres y quienes me hicieran cumplir mi castigo fueran hombres. A partir de ese momento, los hombres seríamos culpables de patear ancianos y no habría razonamiento ninguno que les hiciera cambiar de opinión frente al género masculino. Sí, Monsanto ha llevado a cabo unas prácticas que podrían ser censurables. Puedo estar y estoy de acuerdo. Pero esa no es razón para estar en contra de una tecnología que tiene mucho que ofrecer. Como ya he dicho alguna vez, esto se soluciona tomando las riendas de esta tecnología en manos públicas y hacer público el beneficio de la misma, no permitiendo que quede en manos privadas, como ha ocurrido con el trigo sin gluten que ha desarrollado un español.
Así que, desprovistos de argumentos y no pudiendo litigar con Monsanto, su único objetivo fue gritar, dar voces, hacerse patentes. Amenazar. Coaccionar a una persona, poniendo en peligro su integridad. No fueron a informar o a dar opinión ninguna. Sólo quisieron hacer callar, evitar que alguien formado pudiera dar información veraz y contrastada a la gente que los rodea. Quisieron, a toda costa, evitar que la gente de la que se nutren, de la que viven, a la que engañan miserablemente y adoctrinan para ser sus perros de presa, pudieran escuchar alguna razón que les hiciera dudar del dogma impuesto. Quisieron evitar que la verdad empapara a aquellos a quienes utilizan mientras ellos van acumulando dinero, fama y prestigio mal otorgados (la señora Sofía Gatica incluso se presenta a un cargo político, y seguro que estaba haciendo campaña) para poder seguir viviendo la vida padre a costa de la mentira y el engaño. Un punto más que tienen en común con la religión: a sus líderes se les da una vida regalada, la merezcan o no y debe ser así, deben ser preservados, para que sigan iluminándoles con su sabiduría. De los líderes no se duda. A los líderes se les adora y todo lo que dicen debe ser aceptado, a la fuerza si es necesario. Por eso, los líderes no pueden permitirse la disidencia que les haría descender a la tierra como los mentirosos que son: porque si llegaran a tener un núcleo que comenzara a cuestionarse las cosas que predican y se dieran cuenta de la mentira, perderían todos los privilegios y la vida cómoda que se han ido procurando a costa de la ignorancia, la inocencia y la confianza de la gente que les rodea.
Creo, sinceramente, que a esta gente le ha pasado lo que a Greenpeace. El motivo de su lucha probablemente sería noble en un principio. Pero tras años de hacerlo, éste se ha pervertido, se ha corrompido. Y se ha perdido el objetivo y el modo de hacerlo. Se han convertido en fanáticos, en ciegos, en agentes de la superstición y negadores de la razón. Y al hacer esto, han perdido toda la razón que podrían tener.
Reventar un acto en el que alguien puede informarte, en el que alguien puede enseñarte algo que tú no sabes es un acto ridículo, inútil, que no va a ir más allá de darte notoriedad. Pero cuando amenazas de muerte al ponente, convirtiéndote en una amenaza seria y real para su integridad física, estás pasando el límite y lo estás convirtiendo en un acto terrorista. Si tienes la razón de tu lado, no es necesario presentarse dando voces o intimidando al ponente. Basta con plantarte en el acto y debatir con él. Estoy seguro que Mulet no habría rehuido el debate y, si se le hubieran presentado pruebas suficientemente convincentes, legítimas y bien obtenidas (no, la bazofia de Seralini no es una prueba de nada), Mulet habría cambiado de opinión. Sin embargo, lo que tiene Mulet es una montaña de pruebas que le dan la razón, que le afianzan en su postura y que le mantienen firme en la realidad de que los transgénicos no suponen ningún peligro, incluyendo el uso de glifosato sobre ellos. Y, desde luego, los gritos, las bravatas y las agresiones no van a ser la herramienta que lo vayan a callar.
Si algo tiene la realidad es que es tozuda. Y, en este sentido, da igual que alguien vaya a reventar un acto de quien sea y diga lo que diga: la realidad se acabará imponiendo y sólo la evidencia será quien dé la razón a quien la tiene. Puedes dar una conferencia sobre cómo negar la ley de la gravedad te va a hacer flotar, pero por desgracia, no es algo que vayas a hacer por mucho que la niegues. Y gritar porque no te gusta la gravedad es como protestar porque la coliflor no sepa a chocolate. Aunque quizá esto último pueda arreglarse con la transgénesis.
Estoy seguro de que Mulet está triste. Pero no por no haber podido dar la charla, que esto, más que triste, habrá sido una decepcionante. Estoy seguro de que está triste por toda la gente que se desplazó con la intención de escucharle, de hablar con él y de que les aclarara las dudas que pudieran tener, incluso a aquellos que no estuvieran de acuerdo con sus afirmaciones. Porque los energúmenos que le obligaron a callar, por muy orgullosos que pudieran sentirse de haber provocado la suspensión del acto, lo único que han conseguido es quedar retratados como lo que son: unos talibanes equiparables a los del ISIS cuyo único objetivo es destruir el conocimiento para poder seguir viviendo del negocio religioso que se han montado.
Cuando tu única arma es el miedo, lo único que te queda es imponerlo con violencia.
Gran post. Muy grande y muy cierto.
ResponderEliminarExcelente!.
ResponderEliminarTodo está dicho. Aplausos.