Y, finalmente, ¿para qué habría de servir tanto acero, tanta forja? Sólo para una cosa: para matar. Para derrotar a nuestros enemigos y dejarlos atrás. Para avanzar sin ellos. Eso nos permitió construir, mirar hacia otros lados y, dejando la guerra atrás, mirar al futuro con esperanza. Pues si el acero valyrio fue bueno para destruir, también lo fue para construir. Y su utilidad fue patente desde el primer momento en que se puso a trabajar en otros menesteres.
Daga de acero valyrio de Meñique. Fuente.
Lo que pasa cuando un científico oye o lee una chorrada. Vía libre a la indignación. No apto para pieles finas.
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lunes, 30 de mayo de 2016
Una historia de poniente (VI): Acero valyrio, dentro y fuera del campo de batalla.
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