Hemos pasado varias semanas analizando las evidencias que tenemos sobre la existencia del virus VIH. Hemos visto sus micrografías, analizado su genoma y sus proteínas. Hemos visto cómo podemos usar los anticuerpos que se producen frente al VIH para detectar su presencia y diagnosticar a un paciente. También hemos repasado cómo utilizar las herramientas más potentes de biología molecular para determinar la existencia de material genético del virus en una muestra determinada.
Todo este tiempo nos lleva indudable e inexorablemente a la única conclusión válida que se puede extraer: sí, el VIH existe. Es real. Tenemos sus fotos, sus proteínas y su genoma aislados, secuenciados, troceados, clonados, editados e incluso mutados. Y su existencia no puede negarse en base a todas las evidencias que hemos ido extrayendo.
Todo este tiempo nos lleva indudable e inexorablemente a la única conclusión válida que se puede extraer: sí, el VIH existe. Es real. Tenemos sus fotos, sus proteínas y su genoma aislados, secuenciados, troceados, clonados, editados e incluso mutados. Y su existencia no puede negarse en base a todas las evidencias que hemos ido extrayendo.