lunes, 16 de marzo de 2015

No hay dinero para investigar. ¿Seguro?

Bienvenidos de nuevo.

¿Os acordáis del mono de los presupuestos del que hablábamos el otro día? Sí, ése con acceso a la pasta que se reparte para los servicios públicos del Estado en chorradas. Bueno, pues hoy os voy a contar otra bonita historia sobre ese dinero. Pero para comprender bien lo que os voy a contar, antes tendremos que fijarnos en estas otras cinco historias, llamémoslas "tramas secundarias". De momento.


Ricardo (nombre ficticio) es un joven licenciado en Químicas que durante su último año de carrera ha pasado una gran parte de su tiempo libre en un laboratorio que investiga métodos eficaces y baratos de producir grafeno en grandes cantidades. Ha aprendido mucho en este tiempo y el jefe del grupo le ofreció el año pasado incorporarse al laboratorio mediante una beca FPI. Su expediente no es de los más brillantes, pero el grupo es puntero y cree tener posibilidades. Tras pasar el proceso de selección y muchos meses de espera, le llega la comunicación de que le han concedido el contrato provisionalmente. Pero aún sigue esperando a firmarlo. No hay resolución definitiva que le permita incorporarse al grupo de investigación.

Sara (nombre ficticio) es una joven doctora que, tras haber presentado una tesis sobre el grafeno en una prestigiosa universidad, decidió continuar su investigación en tan noble material. Ha ido rebotando de contrato en contrato, anclada en la precariedad e inseguridad laboral entre el Juan de la Cierva y los de entidades privadas. Tras una búsqueda intensiva y una selección rigurosa, eligió el mismo laboratorio que Ricardo para continuar su formación postdoctoral, porque no salen plazas para poder formar su propio grupo. A mediados del año pasado, el jefe del grupo contactó con ella y le dio el visto bueno para presentar un proyecto del programa de Retos para la Sociedad. Presentaron los papeles en plazo, a principios de Octubre. Aún sigue esperando la resolución del proyecto, pero mientras tanto, sus ahorros se han terminado, ya no cobra paro y su proyecto de fundar una familia se va al traste.

Emilia (nombre ficticio) es una investigadora curtida en más de veinte años de batalla. Fue una de las primeras en subirse al carro del grafeno, anticipando las posibilidades que este material podría tener. Formó un grupo de investigación. Los arranques fueron lentos, pero prometedores y pronto pudo establecer un grupo puntero, gracias al trabajo de predoctorales, postdoctorales y ella misma. En el último año ha recibido las peticiones de Ricardo y Sara. Tiene dinero para investigar, existe la posibilidad real de recibirlos a los dos en su grupo de investigación. Pero ha tenido que ver cómo dicho grupo se deshace y desmembra. 

Ana y Rodrigo (nombres ficticios), los postdoctorales que trabajaban con ella, no han podido acceder a lo que el programa Ramón y Cajal les ofrecía, que era la incorporación al finalizar su contrato y se han ido; Ana trabaja para una empresa Alemana, que ha aprovechado su entrenamiento y formación para adelantar al grupo de Emilia; Rodrigo no ha tenido tanta suerte y está en paro, intentando acceder a uno de los programas postdoctorales que siguen sin resolverse en España: los laboratorios internacionales le han espetado una y otra vez que "Despite your brilliant previous career, We regret to communicate you that, as a foreigner and since we have national candidates, we must consider you as a non-suitable aspirant".

También se han ido Marcos, Luís y Alicia (nombres ficticios), los predoctorales. Igual que Sara, concurrieron a diferentes convocatorias predoctorales y obtuvieron un contrato. Contrato que se les ha ido acabando. Ahora, ninguno de los tres tiene dinero para seguir yendo al laboratorio y escriben sus tesis desde casa, en los ratos libres que les dejan sus trabajos como repartidor, encuestador telefónico y comercial de telefonía. En sus casas la crisis se ha cebado con ganas y necesitan comer.

Tras leer esto, alguien podría pensar: "pues que se jodan, que hubieran estudiado informática, que eso no tiene paro", convirtiéndose automáticamente en candidato a la guantá del año y al cuñao de oro, todo a la vez. ¿Que por qué? Esta gente se ha dejado la vida, las pestañas y el culo en conseguir un avance, por pequeño que sea, para que la vida de nuestro flamante aspirante a sendos premios sea un poquito mejor. Pero por indignante que sea, puede ser peor aún cuando uno lee esto. Y si además lo junta con esto otro, el paquete es completo.

Y ahora volvamos a nuestro mono del principio. Si vuestros cauces de razonamiento van por derroteros distintos al mío, quizá podáis explicarme por qué hay dinero para fomentar diversas variedades de brujería pero el dinero que hay para investigar no se gasta del todo. Vamos, que los monos a quienes hemos puesto al mando tienen el dedo flojo para soltar dinero a brujos y estafadores de distinta índole, pero se lo retienen a los creadores de conocimiento. La razón aún no está clara, pero podemos atisbar que es porque los brujos aportan más plátanos al mono. No, no digo que le estén reportando más beneficios que los investigadores, sino que les aportan otro tipo de beneficios, aunque sea mantener a la gente adocenada con chorradas que no se creería un niño de dos años. 

Los investigadores, sin embargo, cuestan dinero. Cuestan MUCHO dinero. Y tienen la mala costumbre de seguir pidiendo más. ¡Cómo se atreven! ¿Qué es eso de mandar sondas a un cometa con el hambre que hay en la Tierra? Es mejor dar dinero a erradicar la pobreza. Pero que lo den ellos, nosotros ya nos llenamos los bolsillos.

Hemos pasado un momento económico jodido. Esto lo podemos entender. El problema es que el 46% (que es casi la mitad, ojo) del dinero que deberían haber entregado a los grupos de investigación no se entregó. ¿A dónde ha ido a parar? Porque a investigadores, predoctorales, postdoctorales y titulares no ha llegado. Los mejores cerebros del país se van allí donde les ofrecen unas condiciones científicas adecuadas y les llaman traidores, peseteros y lindezas que yo prefiero reservar para los verdaderos traidores y peseteros. Y los que se quedan, los que no tienen posibilidad de irse, se ven condenados a ver cómo sus grupos de investigación languidecen, sus laboratorios quedan vacíos y sus carreras se estancan.

La gran pregunta es por qué se permite que ocurran estas cosas. Es algo que no podré entender nunca. Ahora que estamos en campaña, muchos se llenarán la boca con el manido "la I+D es el motor fundamental de un país" mientras se llenan los bolsillos con los fondos que deberían ir destinados al sostenimiento de los laboratorios y la formación de los investigadores, disfrazándolos de subvenciones de campaña electoral. Mientras tanto, tenemos que ver cómo amigos y compañeros se van, dejan sus carreras investigadoras o peor, que continúan con ellas pero les aprovechan a otros y el beneficio revierte sobre países ajenos.

Los que hacemos ciencia no somos pedigüeños. Nuestro trabajo requiere muchísimo dinero. Mantener los laboratorios funcionando es muy caro. Pero de ese dinero ninguno llega a nuestro bolsillo, todo se va en trabajo. Y trabajamos para su bienestar. Quizá hoy no vean la utilidad de mandar una sonda a un cometa que está lejos de cojones o de averiguar la estructura de una proteína que no sabemos para qué sirve. Pero el día de mañana, la tecnología que permitió poner la sonda en el cometa podría salvarle de un cáncer o la estructura de esa proteína servir como soporte para materiales superresistentes, baratos y ligeros. Todo lo que hacemos crea conocimiento nuevo y ese conocimiento le aprovechará a otros si nos dejan escapar. Habéis pagado nuestra formación, universitaria y no universitaria, pre y postdoctoral. Que, según algunos cálculos, asciende hasta un millón de euros. Y cada año, se van varias decenas de millones de euros a países como Estados Unidos, Gran Bretaña o Alemania, que se ahorrarán ese dinero y se aprovecharán de esa formación que, según reconocen en los países de destino, es excelente. Y no sólo eso, sino que se aprovecharán de ellos pagándoles sensíblemente menos. Porque muchos aceptan salarios inferiores por poder dar rienda suelta a su vocación de servicio.

Porque, señores contribuyentes, que a ustedes me dirijo, la nuestra sí es una vocación de servicio. Y no la de los monos que, cada cuatro años, se llenan la boca de promesas vacías sólo por poder tener el control del botón que suelta el dinero en sus propios bolsillos. Y así, en lugar de tener que hablar de los científicos como actores secundarios en la ciencia, empezaremos a considerarlos como lo que realmente son: los protagonistas del cuento.

ACTUALIZACIÓN 27/abril/2015: Finalmente, la convocatoria de Retos que Sara esperaba que se resolviera, ha tenido el peor desenlace posible. Le han denegado el proyecto. Las excusas que ponen son muy peregrinas. Es demasiado continuista con la línea del investigador tutor, le dicen. Pero, ¿en qué iba a investigar si le exigen un tutor? ¿En materiales paramagnéticos cuando el laboratorio está preparado para grafeno? Si no se podían pedir equipamientos, ¿cómo voy a cambiar la línea del laboratorio en el que me acogen? No tiene evidencias que soporten la hipótesis planteada, es una excusa que suena aún más absurda, porque ¿para qué iba a pedir el proyecto si la hipótesis ya estuviera probada? ¿Para qué haría falta dinero para probar que la gravedad existe, que el ADN es la base de la herencia o que las proteínas están plegadas en el espacio?

El resultado es que Sara, aburrida y asqueada, ha acabado por abandonar el mundo de la ciencia, buscando maltrabajar por cuatro perras en algún empleo para el que no está cualificada. Y su carrera, que estaba teniendo un comienzo brillante, acaba por quedarse en la cuneta, por culpa de quienes prefirieron llenarse el bolsillo a su costa.

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