Es curioso, muy curioso, cómo alguien que se autodenomina erudito, como es el caso del ínclito Fernando Sánchez Dragó, puede ser víctima de su propia estupidez, mostrando un ejemplo de Dunning-Kruger tan flamante y brillante como el que muestra en la publicación que podéis leer en la imagen adjunta. Si vais a la línea pequeñita que hay bajo su nombre, que le acredita como autor de semejante cagarro, veréis un enlace a su tienda online de mierdecitas variadas. Pero, regodeándose en su disonancia cognitiva, ha puesto mal la URL, dando muestras de su verdadera inteligencia.
Se despacha a gusto el juntaletras (es opinión personal; he leído varios libros suyos y todos me parecen un montón de estiércol) y dice, cual Torquemada ante Abraham Leví (y aprovecho para declararme fan absoluto de la serie El Ministerio del Tiempo) que la religión es la de los otros, que son los otros los de la Inquisión. El ad hominem, esgrimido cual cachiporra, para colgar un sambenito a su oponente, que en este caso no es otro que la razón y la realidad científica. Dibuja al científico como un integrista, alguien apegado a una idea, a un dogma. Se apunta, desde una atalaya como La Razón, a llamar casta a todo aquello que no casa con su propia religión, adornando su argumentación con un conjunto de epítetos tan absurdos, ridículos y estúpidos como innecesarios. Pero claro, descubrimos, al leer su notilla, que él ha sido un incauto. Uno de tantos que se ha tragado el rollo de tantos y tantos charlatanes y vendedores de crecepelo. Que así los denomina, como él apunta, "que haya charlatanes y vendedores de supuestos crecepelos no significa que todos lo sean", atreviéndose a señalar a la iridología, la macrobiótica, el reiki y otros cuantos como pecadores, pero arropando bajo su capa de sapiencia y erudición vacías a las homeopatías, osteopatías y acupunturas. Lo que en román paladino viene a decir algo así como "que sí, que es el tonto, pero es del pueblo". Vamos, que los charlatanes son aquellos a los que yo no hago caso ni me adscribo, pero aquellos a cuyos remedios acudo no, esos son honestísimos y tienen las evidencias de su lado. A pesar de que no sea así, por supuesto.
Y para terminar, y haciendo honor al viejo refrán que reza "consejos vendo, pero para mí no tengo", se atreve a aconsejar a su rival que "no sea tan integrista, que no expulse del templo a quienes no piensan como él, que no desprecie lo que ignora".
Su rival, en este caso, no es otro que J. M. Mulet Salort, bioquímico y biotecnólogo, en respuesta a la publicación de su libro "Medicina sin engaños". Y al que el propio Sánchez Dragó se encarga de despreciar, vilipendiar y expulsar del templo, por no pensar como él, cual integrista. E ignorando lo que Mulet sabe o deja de saber. Es lo de la paja, la viga y el ojo ajeno, claro.
Pero vamos a explicarle al señor Sánchez Dragó que, por mucho que él practique o use la homeopatía, la osteopatía o la acupuntura o se tome 70 pastillas de humo diarias, eso no hace que funcionen. El caso de la homeopatía lo comentábamos esta misma semana en este propio blog a raíz del informe del NHMRC australiano que concluye que no, que no funciona. Está bien que este señor quiera gastarse su dinero en pijadas, pero flaco favor le hace a la realidad con sus declaraciones. Pero peor es el daño que le hace a la ciencia.
Ajeno a toda realidad, a todo conocimiento que no sea el que él quiera adquirir y difundir (y si no, eres un talibán), este señor caricaturiza a los científicos como tiranos recluídos en sus oscuras torres, cual Sauron en Mordor, atrincherados tras la protección de un hipotético stablishment, protegidos por espuertas de dinero que las malvadísimas farmacéuticas nos deben pagar para cantar todo el día sus alabanzas, cual Morgoth Bauglir encomendándole a su siervo hacer el mal por toda la Tierra Media.
Pero poco debe saber este zopenco ilustrado de cómo trabajamos los científicos. Más que ser los Sauron de esta historia, pagados por los Melkor de las grandes farmacéuticas, somos los hobbits. Trabajadores incansables, dedicados y cuidadosos, lentos para hacer las cosas, pero seguros. Haciendo grandes cosas olvidados por todos los poderes del mundo. Poderes que sólo se acuerdan de nosotros cuando pueden sacar tajada. Es entonces cuando se vuelven hacia nosotros, llorando lágrimas de cocodrilo, pero no para darnos la posibilidad de ayudarles sino para exigir que justifiquemos esas lágrimas. Nuestros recursos son limitadísimos. No tenemos las ingentes cantidades de dinero que su estómago lleno disfruta derrochando a manos llenas en pastillas inútiles y gilipollescas. El Gobierno nos deja sólo las migas que le sobran después de llenarse los bolsillos y de llenárselos a sus amigotes (que del canon AEDE quieren cobrar quienes le ponen a su disposición el púlpito desde el que imparte sus proclamas). Que, por otro lado, nos las lleva retrasando meses, puesto que las convocatorias siguen sin resolverse; o sin convocarse siquiera.
Así que sería mucho mejor que el señor Sánchez Dragó cerrara el buzón antes de ponerse a criticar lo que no conoce. Porque las subvenciones no convierten algo en cierto, pero los resultados que se obtienen con ese dinero sí que muestran la verdad. La verdad comprobada, que no absoluta. Una verdad que podrá completarse o mejorarse con conocimiento nuevo. Parece olvidar el señor Sánchez Dragó que el mundo no es como lo concibimos a primera vista, que hay mucho más detrás de un fenómeno que nuestra simple visión del mismo. Y que esta visión del mismo no tiene por qué coincidir con la explicación real del fenómeno en sí. Peca, el señor Sánchez Dragó, de ser científicamente analfabeto. O, al menos, de ser científicamente novato, tal como explican en este artículo (que va sobre antivacunas, pero que puede aplicarse al caso de nuestro juntaletras; un agradecimiento especial para Víctor Ortiz por enlazármelo en primer lugar). Su conocimiento intuitivo le ha llevado a un sistema de creencias, un sistema religioso de fe, pero no a la determinación de si algo funciona o no, sobre todo como es este caso, contraviniendo lo que sabemos de física, química o biología.
Y, sobre todo, darse cuenta que lo nuestro, lo de hacer ciencia, no es por el dinero. Ni por la gloria. Sino por la propia ciencia. Por servicio público. Nos dedicamos a la ciencia por crear conocimiento nuevo, por entender un poquito mejor el mundo, por poder hacerlo un poquito mejor para los demás. Usted, que tiene el estómago lleno, el culo caliente y la cabeza cubierta porque un día alguien dijo que usted juntaba letras algo mejor que los demás no puede juzgar a nadie que se dedique a la ciencia. Porque usted sí depende de la opinión de quien le lee, pero la ciencia y los resultados que recoge no. Da igual si usted o cualquier otro patán letradamente inculto opina que la gravedad es opcional, que la informática funciona gracias a geniecillos o que la luna es una nave espacial extraterrestre. Lo que importa, lo que en ciencia realmente importa, es lo que se demuestra. Y para eso tenemos parámetros objetivos, instrumentos cada vez más exactos y un conocimiento cada vez más amplio. Y esto es objetivamente mejor y más completo cada vez que alguien da un paso, por pequeño que sea.
Que la ciencia no tiene dogmas debería ser obvio para alguien que se declara tan culto como usted. Pero a mí no me preocupa ser dogmático en este caso. No me preocupa ser un integrista. ¿Y por qué no me preocupa? Porque en este caso el dogma está en que, como he oído muchas veces a un maestro muy querido, "si me demuestras que lo que dices es cierto, lo aceptaré". Ese es el dogma de los integristas científicos, como usted nos llama. Así que, tras el libro de J. M. Mulet, la pelota está en su tejado, señor Sánchez Dragó. Es usted el que debe demostrar que sus chorradas buenrollistas tienen el efecto que usted reclama que tienen. Así funciona esto. Si va a prestarse al juego, préstese. Pero cumpla con las reglas.
Su opinión, como la mía, vale exactamente media mierda, porque con las opiniones pasa como con los culos: todo el mundo tiene uno y piensa que el de los demás apesta. Sin embargo, si un medicamento es eficaz frente a una enfermedad demuestra que recupera los parámetros fisiológicos que dicha enfermedad altera. Y esto, por mucho que le pese, es algo que no es opinable, por mucho que a usted le gustara que lo fuera. Y su opinión no es demostración de nada. Como tampoco lo son su colección de metáforas, epítetos y adjetivos dedicados a alguien que invierte su tiempo, su valiosísimo tiempo, en comunicar a cenutrios como usted los resultados de la ciencia. Pero lo hace para que los legos los entiendan, no para que escupan sobre ellos sólo porque atentan contra su sistema de creencias particular. O peor, como parece ser su caso, porque no les interesa entenderlos.
Sus obras sólo serán buenas para quienes consideren que así lo sea, no porque objetivamente lo sean. Nosotros tenemos muy claro qué es buena ciencia y qué no; tenemos muy claro qué diseño experimental vale para demostrar nuestras hipótesis. Existen criterios objetivos para determinar que es así. Por el contrario, usted está sujeto a la voluble voluntad de sus lectores, que pueden encumbrarlo o hundirlo en la miseria dependiendo única y exclusivamente de sus gustos, aficiones y estados de ánimo.
Y, por mucho que a usted le gustara, las medicinas alternativas ni funcionan ni funcionarán. Porque si lo hicieran, señor mío, no necesitarían apellidos.
Buff!! Muy buena réplica al artículo del impresentable Sanchez-Dragó, no me queda nada que decir. Si no fuera porque muchísima gente le dará crédito (unos porque lo dice él, y otros simplemente porque está escrito y publicado) daría risa. Pero, no sé porque, la noticia de su artículo me deja un reconcome en el estómago. Mal rollo que se publiquen cosas así.
ResponderEliminarQué periódico es?
Brutal. Has puesto letra por letra todo lo que a mí me hubiera gustado expresar cuando leí lo ese petulante analfabeto de Schez-Dragó. Enhorabuena. Desde ahora mismo tienes un nuevo seguidor.
ResponderEliminar