Aunque ya hemos hablado en el blog sobre el escaso dinero que recibe la investigación, dejamos a medias un asunto que es tanto o más indignante que la falta de fondos públicos. ¿El escaso interés de nuestros políticos por la investigación? ¿La cada vez más sangrante falta de criterio a la hora de repartir el dinero público? ¿El hecho de que cada vez quedemos más relegados entre los ministerios a un puesto olvidado por todos? No, amiguitos. Me estoy refiriendo al exceso de papeleo, burocracia, documentación y trámites interminables, absurdos y estúpidos que no tienen ningún sentido.
Pensad lo siguiente: tenéis que hacer un trabajo, el que sea. Y para ello necesitáis que os den permiso para hacerlo (aparte de un presupuesto, ojo). ¿Os imagináis que no os dieran permiso ni dinero para llevarlo a cabo durante meses y tuviérais que estar mano sobre mano en vuestra casa? Es más, ¿os imagináis que para que os dieran ese permiso tuviérais que enviar vuestro CV, los documentos que justifican lo que ponéis en ese CV, la justificación de por qué queréis hacer ese trabajo, los documentos que apoyan que dicho trabajo se realice y los documentos que justifican que estáis capacitados para hacer dicho trabajo? ¿Que además de todo esto os pidieran en qué váis a gastar el dinero que pedís para hacer dicho trabajo, justificado al milímetro, con gastos previstos de aquí en tres-cuatro años?
Pues eso es lo que nos piden a los investigadores. En los dos últimos años, la cosa se ha simplificado en parte. La posibilidad de entregar toda esta documentación por vía telemática ha aliviado, al menos parcialmente, la carga burocrática que conlleva pedir un proyecto. Excepto en los casos en que no funciona la presentación telemática. En cuyo caso, presentar toda la documentación es un follón curioso: imprime, comprueba que no falta nada, firma, comprueba que no faltan firmas y corre, corre como el viento a la gerencia de tu centro, porque cerrará a las tres y ya no podrás entregarlo al día siguiente. Y como sea el último día del plazo puede ser peor. Esto suele ser lo más normal. Y no, como veremos más adelante, no es porque seamos españoles y todo lo dejemos para última hora.
¿Pensáis que ahí acaba la cosa? Ni mucho menos. Si sólo hubiera una convocatoria a la que presentarse, no habría problema. Todo se haría igual, el formato valdría de una convocatoria a otra (en un universo ideal, claro) y con llevar tu CV al día y tus documentos también, estaría hecho. ¿Cuál es el problema? Pues básicamente que cada organismo quiere tu CV en un formato distinto, en el suyo propio. Y esto cada vez es más complicado. Antes (y hablo bastante antes, cosa de hace quince años), las publicaciones se justificaban con los autores, el título, la revista y la referencia. Ahora se van añadiendo chorradas: índice de impacto, número de citas, cuartil, tercil, decil... Sí, son indicadores de calidad, que dan una idea de lo buena que es la publicación, sin duda un parámetro muy útil. Pero entonces es cuando vienen las complicaciones: te piden el índice de impacto de la revista... ¡el año que publicaste el artículo! Claro que sí, hombre. Y luego las citas totales y las que ha tenido el artículo en cuestión en el último año. Y lo siguiente será que enumeres las revistas en las que se ha citado, con sus índices de impacto y citas y así hasta el infinito y más allá.
Tampoco hemos terminado. Suponed que habéis conseguido que la institución que sea os suelte la pasta. Pero no toda, ojo. Ya os podéis dar con un canto en los dientes si os dan un 70% de lo que habéis pedido. Ahora, una vez tenéis el dinero en vuestro poder, podéis gastarlo a discreción, poniendo en cada momento la cantidad de dinero necesaria en la tarea/adquisición necesaria. Pues no. ¿Os acordáis que antes os he dicho que para solicitar el dinero tenéis que justificar al milímetro lo que vais a gastar a tres o cuatro años vista? Pues que no se os ocurra desviaros ni a izquierda ni a derecha. Porque si os dan más pasta de la que necesitáis al final, os la van a reclamar, aunque os la hayáis gastado en tubos y guantes para abastecer el laboratorio para tiempos de escasez; y si gastáis más en una partida de lo que habíais presupuestado, vais a pasar un mal rato en el Tribunal de Cuentas, intentando justificar la necesidad de ese gasto.
Para añadir más leña al fuego, cada seis meses, cada año os pedirán informes periódicos del rendimiento del proyecto, de lo que habéis gastado, de lo que habéis publicado y de cuántos pedos os habéis tirado en ese tiempo. No, no es coña. Están pidiendo tantas cosas que cualquier día lo acabarán por preguntar.
Añadiremos a todo este cóctel de requisitos burocráticos la burocracia propia de la institución para la que trabajáis: si queréis comprar un anticuerpo, a rellenar papeles; si queréis contratar a alguien, a rellenar papeles; si queréis ir a un congreso, a rellenar papeles; si queréis pagar la publicación de un artículo, a rellenar papeles; si queréis comer, a rellenar papeles. Y hasta ahora no nos piden papeles para ir a mear. Uy, me temo que acabo de darles una idea para pedirnos más papeles aún.
¿Hemos terminado? No, ni mucho menos. Hará falta entregar un informe de final de proyecto, que también hay que documentar y justificar; tendréis que escribir, corregir y recorregir los artículos, congresos, tesinas y tesis que correspondan a cada proyecto; y los documentos justificativos, autorizaciones y demás que los acompañan. Y, si tienes una suerte enorme y eres uno de esos suertudos que tiene la plaza fija, además tienes que dar clases, prepararlas y estudiar para no perder nunca el rumbo de las mismas y actualizarlas permanentemente. ¡Ah! Y además habrá que preparar charlas para cursos de colegas y de divulgación, que cada vez son más necesarias (sí, lo digo en serio).
¿Es este el fin de este lío de burocracia? No, hijos míos... aún se puede complicar mucho más. Las autoridades, esas mismas que te dan el dinero justito, después de evaluar tu proyecto y tu presupuesto, someten ese proyecto a escrutinio económico, a veces años después de haber concluido la realización del mismo. Pero exhaustiva de veras. Y si no, como ejemplo, este artículo del pasado sábado. Como podéis leer, a veces hasta reclaman el 100% del proyecto. ¿Cómo se va a devolver ese dinero? Esto te hace perder tiempo, una vez más, en justificaciones, papeles, burocracia... Es ridículo.
¿Es este el fin de este lío de burocracia? No, hijos míos... aún se puede complicar mucho más. Las autoridades, esas mismas que te dan el dinero justito, después de evaluar tu proyecto y tu presupuesto, someten ese proyecto a escrutinio económico, a veces años después de haber concluido la realización del mismo. Pero exhaustiva de veras. Y si no, como ejemplo, este artículo del pasado sábado. Como podéis leer, a veces hasta reclaman el 100% del proyecto. ¿Cómo se va a devolver ese dinero? Esto te hace perder tiempo, una vez más, en justificaciones, papeles, burocracia... Es ridículo.
¿Soy yo el único que se da cuenta de la ingente cantidad de trabajo que lleva esto? ¿Y el único que se da cuenta de la ingente cantidad de tiempo que se pierde en rellenar papeles?
Si recordáis nuestro último post uno de los sabuesos de Pàmies increpaba al médico que se enfrentó a él en la radio diciéndole que los investigadores no hacíamos nada. Si este señor se enterara de la cantidad de papeleo que tenemos que hacer, igual se daba cuenta de por qué avanzamos tan lentamente que parece que no hacemos nada.
Y es que, si calculamos la cantidad de tiempo que los investigadores tenemos que invertir en burocracia, la cantidad de tiempo restante es la que podemos invertir en investigación. Y esta es muy reducida. Alguien dirá: Bueno, para eso están los pre y los postdoctorales. La respuesta estaría muy bien si no fuera porque los pre y los postdoctorales también están sobrecargados de burocracia y tareas: cursos, másters, justificantes de sus contratos, borradores de artículos, gestión de material de laboratorio, averías de la equipación informática, apoyo a docencia teórica y práctica...
Todo esto podría reducirse con una informatización eficaz de la administración. Me explico. Si el Ministerio de Economía, del cual dependemos ahora los investigadores, a través de la Secretaría de Estado de I+D, nos ofrece un formato NORMALIZADO de curriculum, ¿por qué no estandarizarlo para TODAS las universidades y centros públicos de investigación del país? Es más, ya que el CV se genera tras introducir los datos en una aplicación on-line, ¿qué cuesta poner el CV a disposición de todas ellas? Con un enlace y un click estaría todo arreglado. ¿Los documentos de justificación del CV? Adjunto a cada mérito, en un thumbnail o en un documento que pudiera consultarse en un click. Reconozco que, entonces, rellenar un CV sería un proceso farragoso al principio. Pero una vez relleno la primera vez, las actualizaciones serían fáciles de hacer. Y cuando hubiera que presentar una solicitud, bastaría con adjuntar un número de registro único a una solicitud telemática. Cada vez que se pidiera un proyecto, bastaría con rellenar la parte científica del mismo: por qué hacerlo, qué aportará, la base sobre la que se sostiene, las hipótesis de partida... trabajo científico al fin y al cabo. Y adjunto a dicha solicitud, lo dicho: un número de registro único que contenga una copia de tu CV, guardado en un fichero del Ministerio, la secretaría o lo que fuera. El evaluador, así, tendría todos los datos igual, con la diferencia de que el evaluado no tendría que perder el tiempo en dar formatos distintos al CV para cada petición. ¿Que el evaluador sólo quiere ver los últimos 5 años? Pues que la aplicación seleccione directamente los méritos de esos 5 años.
De esta manera, perderíamos el tiempo una única vez para todas las solicitudes de proyectos, plazas, contratos, etc. Parece razonable, ¿verdad? Muchísimo más que entregar, cada vez que quieres presentarte a una convocatoria, el tochaco que ilustra esta entrada, que no es sino un CV real, que exigieron para una convocatoria a un contrato postdoctoral. El mío.
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