No, tranquilos, que no me refiero a una rarísima enfermedad mortal que pueda llegarnos a modo de juicio divino y aniquilarnos a todos por pecadores (aunque haya gente a la que le gustaría, y todos sabemos ya de quién hablo). Me refiero a una rara dolencia que sufre una de las profesiones más notorias en todos los países del mundo.
No, tampoco hablo de los peluqueros, por mucho que la IARC clasifique la peluquería como profesión sometida a un riesgo probable de padecer cáncer en categoría 2A. Aunque sí hablaré de la IARC más tarde. Me refiero a los periodistas. Y, más concretamente, a un grupo de ellos, no a todos. Me refiero a ese grupito de periodistas a los que la realidad les importa medio ardite y sólo pugnan por vender un titular o lamerle el ojal al gurú de moda. Sí, son esos que hacen, como yo digo con toda la inquina de la que soy capaz, periodismo gilipollas.
No, tampoco hablo de los peluqueros, por mucho que la IARC clasifique la peluquería como profesión sometida a un riesgo probable de padecer cáncer en categoría 2A. Aunque sí hablaré de la IARC más tarde. Me refiero a los periodistas. Y, más concretamente, a un grupo de ellos, no a todos. Me refiero a ese grupito de periodistas a los que la realidad les importa medio ardite y sólo pugnan por vender un titular o lamerle el ojal al gurú de moda. Sí, son esos que hacen, como yo digo con toda la inquina de la que soy capaz, periodismo gilipollas.